Wednesday, October 19, 2022

El Dios Que Te Creó

La Biblia enseña con claridad que este mundo no es producto del azar ni de la evolución ciega. Detrás de todo lo que existe está el único Dios verdadero: eterno, todopoderoso, perfectamente bueno y absolutamente santo.

Él creó los cielos y la tierra (Génesis 1:1). Y también te creó a ti — no por accidente, sino con un propósito: que lo conozcas, lo ames y vivas bajo Su buen diseño. Esa es la razón misma de tu existencia.

No fuiste hecho únicamente para trabajar sin descanso, perseguir títulos o acumular posesiones materiales. Fuiste hecho para caminar con el Dios vivo y verdadero que te creó.

Algo vital que debes entender: Dios no es unidimensional. Él es perfectamente amoroso y perfectamente justo al mismo tiempo (Éxodo 34:6–7; 1 Juan 4:8). Su amor no pasa por alto el pecado, y Su justicia no elimina Su amor. Estas dos cualidades no están en conflicto; forman parte inseparable de Su naturaleza. Y eso es fundamental para comprender lo que viene a continuación.


Nuestro Verdadero Problema

Aquí está la verdad que preferimos ignorar: la humanidad se ha apartado de Dios. Fuimos creados para vivir bajo Su gobierno y disfrutar de Su presencia, pero escogimos dirigir la vida a nuestra manera.

La Biblia llama a eso pecado (Romanos 3:23).

El pecado no es simplemente “equivocarse” o cometer errores. Es rebelión contra Dios. Es escoger deliberadamente mi camino en lugar del Suyo. Es coronarme rey o reina y sacar a Dios del trono de mi vida.

Se manifiesta de muchas maneras:

  • Mentir o torcer la verdad para protegerme o sacar ventaja.

  • Hacer trampa — en la escuela, en el trabajo, en los impuestos — porque “todos lo hacen.”

  • Usar a las personas para obtener beneficio propio.

  • Hablar mal de otros o destrozarlos con mis palabras, en línea o en persona.

  • Hacer del dinero, el romance, la familia o la carrera lo más importante.

  • Pecado sexual — pornografía, adulterio, sexo fuera del matrimonio.

  • Buscar sustitutos de Dios — confiar en horóscopos, amuletos, rituales, imágenes religiosas, santos, vírgenes o cualquier práctica que pretenda acercarnos a Dios sin Cristo.

  • Creer en falsas promesas de “evangelios” modernos — como la prosperidad o la idea de que Dios es solo un medio para obtener salud, riqueza o éxito.

En el fondo, todo pecado grita: “Quiero estar a cargo, no Dios.”

¿El resultado? El pecado nos separa de Él y nos coloca bajo Su justo juicio.

La Palabra de Dios dice: “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). No solo la muerte física, sino también la separación eterna de Dios. La Biblia llama a esto el infierno (Apocalipsis 20:14–15).

El infierno no es un mito ni un invento de la iglesia. Es una realidad terrible. Pero la tragedia más grande del pecado no es el castigo mismo, sino quedar separado del Dios para quien fuiste creado. Esa separación es la mayor pérdida.


Cómo Dios Une Su Amor y Su Justicia

Dios no se quedó indiferente mientras nos perdíamos en nuestro pecado. Por amor, desde antes ya había planeado un rescate. Pero porque Él es justo, el pecado tenía que recibir el castigo que merecía — no podía simplemente pasarse por alto.

El lugar donde el amor perfecto de Dios y Su justicia perfecta se encuentran es la cruz de Jesucristo. Allí Jesús tomó nuestro lugar y cargó la condena que merecíamos, de una vez y para siempre (Romanos 3:25–26; Hebreos 9:26–28).


Quién Es Realmente Jesús

Jesús no es simplemente un buen maestro de moral, ni tampoco un profeta más entre muchos.

Él es el Hijo eterno de Dios — no creado, sino igual al Padre, existiendo desde siempre y para siempre (Juan 1:1; Colosenses 1:15–17).

Y aun así, con todo Su poder y gloria, Él entró en nuestro mundo tomando carne humana (Juan 1:14). Se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Sintió dolor, enfrentó la tentación, conoció el sufrimiento — pero nunca pecó (Hebreos 4:15). Su vida entera estuvo en perfecta obediencia a la voluntad del Padre.

Es importante aclarar esto, porque en muchos contextos se presenta a Jesús como si fuera solo un ejemplo a seguir, o incluso como si necesitara de otros mediadores (como María, los santos o las tradiciones religiosas). Pero la Biblia enseña con claridad que Cristo es suficiente y único.

No vino meramente a darnos consejos o reglas; vino a rescatarnos, a dar Su vida en rescate por muchos (Marcos 10:45).


Lo Que Pasó en la Cruz

Cuando Jesús fue a la cruz, no fue un error ni un accidente de la historia. Él entregó Su vida de manera voluntaria (Juan 10:18).

La crucifixión fue brutal, vergonzosa y dolorosa. Pero lo más profundo no fueron los clavos en Sus manos y pies. Fue que Jesús cargó sobre Sí mismo nuestro pecado (1 Pedro 2:24). Cada mentira, cada pensamiento impuro, cada acto de idolatría y cada traición fueron puestos sobre Él como si fueran Suyos (2 Corintios 5:21).

Y en ese momento, la justicia perfecta de Dios — Su santa ira y juicio — cayó sobre Jesús en nuestro lugar (Isaías 53:5–6).

Ese es el verdadero significado de la cruz: la sustitución.

Él recibió el castigo que jamás podríamos pagar, para que la misericordia de Dios pudiera llegar a nosotros sin que Su justicia fuera pasada por alto.

Jesús no murió para dejarnos un ejemplo de sufrimiento ni para que repitiéramos sacrificios religiosos. Murió para que pudieras ser perdonado, limpiado, reconciliado con Dios y adoptado en Su familia (Efesios 1:7; Colosenses 1:21–22).

Por eso la cruz es suficiente. Ninguna misa, penitencia, sacramento, ni devoción a santos o vírgenes puede añadir algo a la obra perfecta que Cristo ya terminó.


La Resurrección

Tres días después, Jesús resucitó de entre los muertos — no en teoría, no como un mito, ni solamente como un “espíritu,” sino de manera real y física.

Él se levantó con un cuerpo glorificado, y muchos testigos oculares lo vieron después de que volvió a la vida (1 Corintios 15:3–6).

La resurrección es la confirmación de que Jesús es realmente quien dijo ser (Romanos 1:4).

Es la evidencia de que el pecado y la muerte fueron derrotados (1 Corintios 15:55–57).

Y es la seguridad de que Él vive hoy y sigue salvando a todo aquel que confía en Él (Hebreos 7:25).

La fe verdadera descansa en este hecho histórico, no en imágenes religiosas, procesiones o tradiciones humanas. Jesús no está en una estatua ni en una misa; Él está vivo, sentado a la diestra del Padre, y ofrece vida eterna a quienes lo reciben por fe.


Cómo Debes Responder

Dios no te está ofreciendo un ritual religioso, una misa, un rosario, ni una “fórmula rápida” para entrar al cielo. Él te llama a responder con arrepentimiento y fe (Marcos 1:15).

Estos no son opcionales. Son dos aspectos inseparables de la misma respuesta al evangelio.


Arrepentimiento

El arrepentimiento no es confesarte con un sacerdote ni cumplir penitencias. No es sentir un poco de culpa ni prometer “intentar portarte mejor.”

El arrepentimiento verdadero es un giro decisivo: darle la espalda al pecado y a cualquier ídolo, y rendir tu vida completamente a Dios (Hechos 3:19).

Es bajarte del trono y decir: “Señor, Tú eres el único Rey.”

El arrepentimiento a medias no sirve. No puedes agarrarte del pecado y de Cristo al mismo tiempo.

Es un cambio radical de dirección: dejar lo viejo atrás y volverte a Dios (1 Tesalonicenses 1:9).


Fe

La fe no significa “tener esperanza” en que todo salga bien ni creer que si tienes suficiente fe Dios te dará prosperidad.

No es confiar en tus obras, en tradiciones, ni en rituales religiosos.

La fe bíblica significa descansar por completo en Jesús — creer que Su muerte pagó totalmente tu pecado, que Dios lo resucitó de entre los muertos, y afirmar tu vida sobre la verdad de Su Palabra (Romanos 10:9–10).

Por eso es tan importante leer la Biblia correcta: una Biblia protestante fiel al texto original, como la Reina-Valera 1960 o 1995, no las ediciones católicas que añaden libros o notas contrarias al evangelio.

En resumen, arrepentimiento y fe juntos significan esto: entregarle toda tu vida a Jesucristo como Señor.

No por un beneficio momentáneo, ni para “arreglar” tus problemas, sino como una rendición total de tu corazón (Romanos 12:1).

Solo Él salva, solo Él reina.


Contar el Costo

Jesús nunca engañó a nadie para que lo siguiera. Nunca ofreció un camino fácil ni una fe ligera. Al contrario, fue muy claro:

“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” (Lucas 9:23)

Y también dijo:

“¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?” (Lucas 14:28)

Seguir a Cristo significa rendirle todo derecho sobre tu vida. Significa entregar el control, tus planes, tus ambiciones, tus comodidades, incluso tu reputación. No se trata de medias tintas; es una entrega completa.

Esto puede costarte relaciones, oportunidades o la aceptación de tu familia y de la sociedad. Muchos enfrentarán incomprensión, burlas e incluso persecución, porque la Biblia dice:

“Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución.” (2 Timoteo 3:12)

Recuerda: no puedes aferrarte al pecado y a Cristo al mismo tiempo. Jesús no nos llama a un camino ancho y fácil, lleno de tradiciones humanas o religiosidad vacía. Nos llama a un camino estrecho y verdadero (Mateo 7:13–14). Es un camino difícil, sí, pero es el único que conduce a la vida eterna.


El Gozo de Seguir a Jesús

Seguir a Cristo no es solamente dejar cosas atrás — es recibir lo mejor que existe. Sí, el costo es real. Pero la recompensa en Él es infinitamente mayor.

Cuando entregas tu vida vieja a Cristo, encuentras la vida verdadera (Mateo 16:25).
Cuando te rindes a Él, descubres la libertad (Juan 8:36).
Cuando caminas a Su lado, experimentas un gozo que nada en este mundo puede dar (Juan 15:11).

Lo que recibes en Él:

  • Paz con Dios: No es por rituales ni por confesarte con un hombre. Es porque Cristo ya pagó tu culpa. En Él eres reconciliado, perdonado y recibido como hijo de Dios (Romanos 5:1).

  • Propósito eterno: Tu vida ya no es vana. Cada acto de obediencia, cada momento de fidelidad en Cristo tiene valor eterno (1 Corintios 15:58).

  • Fuerza en la debilidad: No caminas solo. El Espíritu Santo vive en ti para consolarte, fortalecerte y guiarte (Juan 14:16–17).

  • Esperanza más allá de la muerte: La tumba no tiene la última palabra. Cristo asegura vida eterna para todo el que cree en Él (Juan 11:25–26).

  • Gozo en medio de las pruebas: Aun el sufrimiento tiene propósito. Dios lo usa para acercarte más a Cristo y formarte a Su semejanza (Santiago 1:2–4; Romanos 8:28–29).

Jesús lo explicó así:

“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo; el cual un hombre halla, y lo esconde, y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.” (Mateo 13:44)

Esa es la realidad: rendirlo todo a Cristo no es una pérdida, es un gozo. Porque lo que recibes en Él es infinitamente más valioso que lo que entregas (Filipenses 3:7–8).


Una Oración de Respuesta

Las palabras por sí solas no salvan a nadie. Ninguna oración especial ni “rezo” puede ponerte bien con Dios. La salvación viene únicamente por medio de Jesucristo — cuando uno se vuelve a Él con arrepentimiento genuino y fe verdadera.

Si tu corazón está sinceramente dispuesto a confiar en Él, la oración puede ser una manera de expresar esa entrega, como poner en palabras lo que ya está ocurriendo dentro de ti.

No se trata de repetir fórmulas ni frases memorizadas, como si fueran llaves automáticas para entrar al cielo. Lo que importa es que de verdad te apartes del pecado, confíes solamente en Jesús y le entregues tu vida.

Si este es realmente tu deseo, podrías orar de esta manera:

“Dios, reconozco que he pecado y que he vivido lejos de Ti. Me aparto de mi pecado y rindo mi vida a Ti. Jesús, gracias por morir en mi lugar y resucitar. Confío solo en Ti para salvarme. Por favor, perdóname, límpiame y hazme nuevo. Desde hoy quiero seguirte como mi Señor. En el nombre de Jesús, amén.”

No se trata de repetir estas mismas palabras. Podrías expresarlo de otra forma, con más o menos palabras, o incluso simplemente clamar: “¡Señor, sálvame!”

Lo importante es la realidad de tu corazón. ¿Estás arrepintiéndote de verdad — dejando tu pecado y tu autosuficiencia — y confiando únicamente en Jesús? Si es así, Él promete perdonarte, limpiarte y darte una vida nueva (Romanos 10:9–10; Hechos 3:19; 1 Juan 1:9).

No pongas tu confianza en haber hecho una oración. Pon tu confianza en Cristo mismo. La salvación no consiste en recitar frases, sino en comenzar una relación viva con Jesús como tu Salvador y Señor.


Si Has Confiado en Cristo

Si de verdad te has entregado a Él con fe, ahora eres hijo de Dios — no por tus méritos ni por rituales religiosos, sino únicamente por la obra terminada de Cristo en la cruz (Juan 1:12).

Tu pasado no anula Su promesa. Tus debilidades no te apartan de Su gracia. Él ha prometido que nunca te dejará ni te abandonará (Hebreos 13:5).

Pero entiende bien: la vida cristiana no es a medias. No es añadir prácticas religiosas encima de lo que ya tienes. No es cargar estampitas, rezar rosarios o cumplir con tradiciones humanas. Es una entrega total.

Cada área — tus pensamientos, tus relaciones, tus decisiones, tus ambiciones — todo queda bajo el señorío de Cristo (Colosenses 3:17). Eso es ser un discípulo.

Seguir a Jesús no será fácil. Te encontrarás con tentaciones, oposición e incluso rechazo, a veces de familiares o amigos que no entienden tu fe. Pero no caminarás solo. Cristo está contigo, y Él te ha dado Su Espíritu para fortalecerte y guardarte en la verdad (Juan 16:33).


Creciendo como Creyente

Tu relación con el pecado

Ya no estás esclavizado al pecado (Romanos 6:6). Cuando tropieces, no lo justifiques ni bajes el estándar de Dios. Confiesa solamente a Dios, por medio de Jesucristo — tu único Mediador (1 Juan 1:9; 1 Timoteo 2:5). Arrepiéntete y sigue luchando. El arrepentimiento no es un evento único; es la postura diaria de un discípulo.

Tu relación con Dios

Ora cada día (1 Tesalonicenses 5:17). Lee la Biblia todos los días (Salmo 1:2). Comienza con los Evangelios (Marcos o Juan). Usa una traducción fiel y protestante en español, como La Biblia de las Américas (LBLA), NBLA, o Reina Valera Contemporánea (RVC). No ores a María ni a los santos — ve directamente al Padre por medio de Cristo (Juan 14:6). Pon en práctica lo que lees (Santiago 1:22).

Tu relación con la iglesia

No camines solo. Únete a una iglesia protestante, evangélica, bíblica y sana (Hebreos 10:24–25). Ten cuidado: no toda iglesia que se llama “cristiana” lo es. El bautismo es un acto de obediencia y testimonio, no un sacramento para ganar gracia ni lavar pecados (Hechos 2:38, 41).

Tu enfoque

No uses a Jesús como herramienta para éxito terrenal. Rechaza el “evangelio de prosperidad” que promete salud, dinero o comodidad. Síguelo tanto en la alegría como en la prueba. La meta no es comodidad aquí, sino conocerlo, ser transformado por Él, y darle gloria (Filipenses 3:10).


Mentiras Comunes que Debes Rechazar

  • Pensar que Jesús es solo uno entre muchos “dioses” o mezclarlo con santos, vírgenes, espíritus o tradiciones locales.

  • Creer que sacramentos, misas, rezos, rosarios, velas, agua bendita, peregrinaciones o penitencias te salvan (Efesios 2:8–9).

  • Creer que María o los santos interceden por ti. Solo Cristo intercede por ti (1 Timoteo 2:5).

  • Esperar que la fe garantice riqueza, salud o facilidad (falsos profetas de prosperidad).

  • Tratar el cristianismo como un medio para recibir “bendiciones” sin obediencia.

  • Creer que todos al final serán salvos (Mateo 7:13–14).

  • Pensar que una oración rápida sin cambio de vida es suficiente (Mateo 7:21).

  • Exaltar líderes humanos, apóstoles, pastores o profetas por encima de Cristo (1 Corintios 1:12–13).

  • Mezclar política, nacionalismo o cultura con el evangelio.

  • Confiar en sueños, visiones, supersticiones o brujería por encima de la Palabra de Dios.

  • Aislarse de otros creyentes.


Qué Hacer Ahora

  • Habla con Dios con sinceridad y frecuencia (Filipenses 4:6).

  • Lee la Biblia diariamente, toma notas y aplícala (2 Timoteo 3:16–17). Usa una Biblia protestante fiel en español (LBLA, NBLA o RVC).

  • Únete a una iglesia protestante fiel, donde se predique el evangelio con claridad. No te conformes con iglesias que mezclan tradiciones humanas con la Palabra.

  • Haz las paces donde el pecado ha causado daño — confiesa solamente a Dios, pide perdón a las personas, restaura relaciones (Mateo 5:23–24).

  • Crea hábitos diarios: oración, Escritura, comunión, servicio. No para ganar el amor de Dios, sino para crecer en Cristo.


Una Palabra de Esperanza

Jesús murió y resucitó para perdonarte, liberarte y hacerte nuevo (2 Corintios 5:17).

La marca de un verdadero discípulo es: conocer a Dios, amarlo, obedecerlo y depender de Su fuerza (Juan 14:15).

El que dio su vida por ti ahora camina contigo — y nunca te dejará ni te abandonará (Hebreos 13:5).


Preguntas Comunes

¿Y si vuelvo a caer en pecado?
Puede suceder. Pero hay perdón cuando confiesas directamente a Dios y te arrepientes (1 Juan 1:9). La diferencia ahora es que luchas contra el pecado en vez de abrazarlo. No bajes tus estándares. Aun otros “cristianos” pueden normalizar el pecado o las tradiciones, pero tú fuiste llamado a ser como Cristo, no como ellos.

¿Seguir a Jesús significa que nunca pecaré?
No. El pecado todavía tienta, pero ya no reina sobre ti (Romanos 6:14). Un verdadero creyente resiste y depende del Espíritu Santo para crecer en santidad.

¿Cómo sé que soy salvo de verdad?
La evidencia es un amor creciente por Cristo y por otros, rechazo al pecado, obediencia a la Escritura, y perseverancia en la fe (1 Juan 2:3–6). La salvación produce transformación, no solo emociones.

¿Y si me siento débil?
Dios da Su Espíritu para fortalecerte y guiarte (Hechos 1:8; Romanos 8:26). No dependas de tu fuerza, sino de Él, en oración y en la Palabra.

¿Tengo que unirme a una iglesia?
Sí. La vida cristiana no es para vivirse solo (Hebreos 10:25). Dios llama a cada creyente a una iglesia local para crecimiento, enseñanza, rendición de cuentas y adoración.

¿Pero no todas las iglesias son seguras?
Cierto. Algunas se llaman iglesias, pero son peligrosas espiritualmente.


Señales de Alerta

Iglesias “suaves” (azucaradas):

  • Reemplazan la Escritura con tradiciones, opiniones o cultura.

  • Minimizar el pecado y la santidad de Dios.

  • Se enfocan en entretenimiento, prosperidad, experiencias o líderes carismáticos.

  • Enseñan autoayuda o ritos en lugar de arrepentimiento y obediencia.

Iglesias “duras” (legalistas):

  • Líderes autoritarios que se creen superiores.

  • Mucho énfasis en intelecto, tradición o capacidad humana, poco en amor y humildad.

  • Comunidad fría, sin cuidado genuino ni calor fraternal.


Marcas de una Iglesia Fiel

  • La Palabra de Dios es central y se enseña fielmente (2 Timoteo 4:2).

  • El evangelio de Cristo crucificado y resucitado es el fundamento (1 Corintios 15:3–4).

  • La iglesia vive como familia en Cristo, mostrando amor y rendición de cuentas (Juan 13:34–35; Gálatas 6:1–2).

  • Discipulado real: obediencia, conocimiento bíblico y fe práctica — no ritos vacíos (Mateo 28:19–20).

  • Líderes con carácter y madurez bíblica (1 Timoteo 3:1–7; Tito 1:5–9).

  • Bautismo y Cena del Señor como mandamientos de obediencia y memoria — no sacramentos para ganar gracia (Mateo 28:19; 1 Corintios 11:23–26).


Recordatorio Final

Discierne bien.
Una iglesia fiel te dirige a Cristo, no a María, no a santos, no a ritos, ni a la prosperidad.

El cristianismo verdadero une doctrina bíblica pura con amor, humildad y comunidad genuina.

Thursday, August 11, 2022

The God Who Made You

The Bible is clear — this world isn’t random. Behind all things stands the one true God: eternal, all-powerful, perfectly good, and holy.

He created the heavens and the earth (Genesis 1:1). He created you — not by accident, but with purpose: that you might know Him, love Him, and live under His good design. That’s the very reason you exist. You weren’t made just to grind through life, chase career goals, or gather possessions. You were made to walk with the God who made you.

Now, something vital: God is not one-dimensional. He is both perfectly loving and perfectly just (Exodus 34:6–7; 1 John 4:8). His love doesn’t overlook sin, and His justice doesn’t cancel out His love. These two qualities are never in tension — they are united in His nature. And that matters for what comes next.


Our Real Problem

Here’s the truth we’d rather ignore: humanity has turned away. We were made to live under God’s rule, but we chose to run life our own way. The Bible calls that sin (Romans 3:23).

Sin isn’t just “messing up” or making mistakes. It is rebellion against God. It is a deliberate choosing of my way over His way. It is crowning myself as king or queen and pushing God off the throne of my life.

It shows up in a thousand ways:

  • Lying or twisting truth for self-protection or gain.

  • Cheating — on tests, at work, in taxes — because “everyone does it.”

  • Using people for advantage.

  • Tearing others down, whether online or in thought.

  • Making money, romance, family, or career the ultimate thing.

  • Sexual sin — pornography, hookups, adultery, or sex outside of marriage.

  • Turning to substitutes for God — whether horoscopes, charms, rituals, or whatever new form of ‘spirituality’ comes along.

At the root, sin is this declaration: “I want to be in charge, not God.”

The result? Sin separates us from Him. It places us under His just judgment. God’s Word — the Bible, or Scripture — says, “The wages of sin is death” (Romans 6:23) — not only physical death, but eternal separation from Him. God’s Word calls this hell (Revelation 20:14–15).

Hell is not a scare tactic — it’s reality. But hell is not the ultimate tragedy. The real tragedy of sin is being cut off from the God you were created to know and live for. That separation is the greatest loss.


How God Brings Love and Justice Together

God didn’t stand back while we self-destructed. Out of His love, He had already purposed a rescue. But because He is just, sin had to be dealt with — it couldn’t be ignored.

Both His justice and His love meet perfectly in one place: the cross of Jesus (Romans 3:25–26).


Who Jesus Really Is

Jesus is not just a moral teacher or prophet. He is the eternal Son of God — not created, but equal with the Father, existing forever (John 1:1; Colossians 1:15–17).

And yet He entered our world, taking on flesh (John 1:14). He became fully human while remaining fully God. He felt pain, faced temptation, knew sorrow — but He never sinned (Hebrews 4:15). His life was completely aligned with the will of God.

He didn’t come merely to give advice. He came to rescue (Mark 10:45).


What Happened at the Cross

When Jesus went to the cross, it was not an accident of history. He willingly chose it (John 10:18).

Crucifixion was brutal, humiliating, and excruciating. But the deepest suffering was not the nails. It was that Jesus bore our sin (1 Peter 2:24).

Every lie, lust, idol, and betrayal was laid on Him as if He had committed them (2 Corinthians 5:21). And then the full justice of God — His holy wrath and judgment — fell on Jesus in our place (Isaiah 53:5–6).

That is the meaning of the cross: substitution. He took the punishment we could never pay, so that mercy could flow to us without God’s justice being compromised.

Jesus died so you could be forgiven, cleansed, reconciled to God, and welcomed into His family (Ephesians 1:7; Colossians 1:21–22).


The Resurrection

Three days later, Jesus rose from the grave — not in theory, not in myth, not as a spirit, but physically. Many eyewitnesses saw Him after He was raised to life (1 Corinthians 15:3–6).

The resurrection is proof that He is who He said He is (Romans 1:4). Proof that sin and death were defeated (1 Corinthians 15:55–57). Proof that He lives — and still saves people today (Hebrews 7:25).


How You Must Respond

God is not offering a religious ritual, a quick fix, or a “ticket to heaven.” He calls you to respond to Him with repentance and faith (Mark 1:15).

These are not optional. They are two sides of the same coin.

Repentance

Repentance is not a vague feeling of guilt. It is not “trying harder.” It is a decisive turning. It means renouncing sin completely — choosing to be done with it, rejecting its rule, and surrendering your life to God (Acts 3:19). It is stepping off the throne and saying: “God, You alone are King.”

Half-repentance is no repentance. You cannot cling to sin and Christ at the same time. Repentance is a total change of direction: from sin toward God (1 Thessalonians 1:9).

Faith

Faith means entrusting yourself wholly to Jesus. Not trusting in your own effort, not in rituals, not in “being good enough.” It is leaning fully on Him — trusting that His death fully paid the price for your sin, believing that God raised Him from the dead, and standing on the truth of the Bible (Romans 10:9–10).

Repentance and faith together mean this: giving your whole life to Jesus as Lord. Not for perks, not for a temporary fix, but as a complete surrender (Romans 12:1).


Counting the Cost

Jesus never tricked people into following Him. He never promised an easy road. In fact, He said the opposite:

“If anyone would come after me, let him deny himself and take up his cross daily and follow me.” (Luke 9:23)

And again:

“Which of you, desiring to build a tower, does not first sit down and count the cost, whether he has enough to complete it?” (Luke 14:28)

To follow Jesus is to lay down every claim to your own life. It means giving up control, surrendering your plans, your ambitions, your comforts, even your reputation. It is not half-hearted; it is total.

It may cost you relationships, opportunities, or acceptance in this world. You may face misunderstanding, ridicule, even persecution (2 Timothy 3:12). Once more, you cannot cling to sin and to Christ at the same time.

Jesus does not call us to an easy road. He calls us to a narrow road (Matthew 7:13–14). But that road leads to life.


The Joy of Following Jesus

Here is the other side: Jesus is not just calling you to loss — He is calling you to gain.

Yes, the cost is real. But the reward is infinitely greater.

When you lose your old life for Christ, you find true life (Matthew 16:25). When you surrender, you discover freedom (John 8:36). When you walk with Him, you taste joy the world cannot offer (John 15:11).

  • Peace with God: No more guilt, no more separation. You are reconciled, forgiven, embraced as His child (Romans 5:1).

  • Purpose: Your life now has eternal weight and meaning. Every act of obedience, every moment of faithfulness matters forever (1 Corinthians 15:58).

  • Strength in weakness: He gives His Spirit to dwell in you, to comfort, empower, and guide (John 14:16–17).

  • Hope beyond death: Death no longer has the last word. Eternal life with Him is guaranteed (John 11:25–26).

  • Joy in trials: Even suffering becomes purposeful, because it draws you closer to Him and shapes you into His likeness (James 1:2–4; Romans 8:28–29).

Jesus said:

“The kingdom of heaven is like treasure hidden in a field, which a man found and covered up. Then in his joy he goes and sells all that he has and buys that field.” (Matthew 13:44)

That is the picture: surrendering everything is not a burden — it is joy, because what you gain in Christ is infinitely greater than what you give up (Philippians 3:7–8).


A Prayer of Response

Words themselves don’t save anyone. A specific prayer can’t magically make you right with God. Salvation comes only through Jesus Christ—by turning to Him in true repentance and faith. If your heart is genuinely ready to trust Him, prayer can be a way of expressing that surrender, almost like putting words to what’s happening inside.

Think of prayer here as a step of honesty before God. It’s not about the perfect wording or a formula to “get into heaven.” What matters is that you are genuinely turning away from sin, placing your faith in Jesus, and surrendering your life to Him. Many people have prayed different words, but the same reality was true: they were calling on Jesus from the heart, and He saved them.

If this is where you truly are, you might pray something like this:

“God, I confess that I have sinned and lived for myself. I turn away from my sin and surrender my life to You.
Jesus, thank You for dying in my place and rising again. I trust You alone to save me. Please forgive me, cleanse me, and make me new. From this day forward, I want to follow You as Lord. In Jesus’ name, Amen.”

These exact words aren’t the point. You could say them differently, more simply, or even just cry out, “God, save me!” What matters is the reality of your heart. Are you truly repenting—turning away from sin and self—and putting all your trust in Jesus alone? If so, He promises to forgive, cleanse, and give you new life (Romans 10:9–10, Acts 3:19, 1 John 1:9).

Don’t rest in having prayed a prayer. Rest in Christ Himself. Salvation is not about reciting lines, but about entering a living relationship with Jesus.


If You Have Trusted Christ

If you have truly turned to Him, you are now a child of God — not because of your effort, but because of His finished work (John 1:12).

Your past doesn’t cancel His promise. Your weakness doesn’t disqualify you. He will not forsake you (Hebrews 13:5).

But hear this: the Christian life is not part-time. It is not a casual add-on. It is a whole-life surrender. Every area — your thoughts, relationships, choices, ambitions — comes under His lordship (Colossians 3:17). That’s the call. That’s discipleship.

Following Jesus is not easy. You will face temptation, opposition, and sometimes rejection. But you are not alone. Christ walks with you, and He gives you His Spirit to strengthen you (John 16:33).


Growing as a Believer

  • Your relationship with sin: You are no longer bound to sin (Romans 6:6). When you stumble, don’t excuse it, and don’t lower God’s standard. Confess it honestly (1 John 1:9), turn back to Him, and keep fighting. Repentance is not a one-time event — it is the daily posture of a disciple.

  • Your relationship with God: Pray every day (1 Thessalonians 5:17). Read the Bible daily (Psalm 1:2). Start with the Gospels (Mark or John). Actively apply what you read (James 1:22).

  • Your relationship with the church: Do not go it alone. Join a faithful, Bible-preaching church (Hebrews 10:24–25). Be baptized as an act of obedience — not to save you, but to declare that you belong to Christ (Acts 2:38, 41).

  • Your focus: Don’t treat Jesus as a tool for success. Follow Him in both joy and trial. The goal is not earthly comfort, but knowing Him, becoming like Him, and glorifying Him (Philippians 3:10).


Common Lies to Reject

  • Thinking Jesus is just one god among many.

  • Believing good works or rituals earn salvation (Ephesians 2:8–9).

  • Expecting faith to guarantee health, wealth, or ease.

  • Treating Christianity as a way to get blessings without surrender.

  • Believing everyone will be saved eventually (Matthew 7:13–14).

  • Assuming a one-time prayer without heart change is enough (Matthew 7:21).

  • Exalting human leaders above Christ (1 Corinthians 1:12–13).

  • Mixing nationalism or politics with the gospel.

  • Isolating yourself from other believers.


What You Can Do Next

  • Talk with God honestly and often (Philippians 4:6).

  • Read the Bible daily. Take notes. Apply what you read (2 Timothy 3:16–17).

  • Join a faithful, gospel-preaching church.

  • Make things right where sin has caused damage — confess, restore, reconcile (Matthew 5:23–24).

  • Build daily habits: prayer, Scripture, fellowship, serving. Not to earn God’s love, but to grow in Christ.


A Word of Hope

Jesus died and rose to forgive you, free you, and make you new (2 Corinthians 5:17).

The mark of a true disciple is this: knowing God, loving Him, obeying Him, and depending on His strength (John 14:15).

The One who gave His life for you now walks with you — and He will never leave you or forsake you (Hebrews 13:5).


FAQ: Common Questions

What if I stumble again?
You might.
But there is forgiveness when you confess and turn back (1 John 1:9). The difference now is that you fight sin instead of embracing it. Don’t lower your standards. Even other professing Christians will normalize sin but you're not called to be like other Christians. You're called to be like Jesus.

Does following Jesus mean I’ll never sin?
No. Sin may still tempt you, but it no longer rules you (Romans 6:14). A true follower resists sin and relies on the Holy Spirit to grow in holiness.

How do I know I’m really saved?
Evidence shows in a growing love for Christ and others, disdain for sin, obedience to Scripture, and perseverance in faith (1 John 2:3–6). Salvation produces transformation — it’s visible in your life, not just a feeling.

What if I don’t feel strong enough?
God gives His Spirit to strengthen and guide you (Acts 1:8; Romans 8:26). Depend on Him through prayer and Scripture, not your own strength.

Do I have to join a church?
Yes. Christianity is not meant to be lived alone (Hebrews 10:25). God calls every believer into a local church family for growth, teaching, accountability, and worship.

But not every church is safe.
Some gatherings may call themselves churches but are spiritually dangerous. Here are red flags to watch for:

Red Flags – Sugarcoated churches:

  • Scripture is replaced with opinion, motivational stories, or cultural trends.

  • Sin is downplayed or normalized; God’s holiness is ignored.

  • Focus is on entertainment, wealth, personal experience, or celebrity leaders.

  • Teaching emphasizes self-help, prosperity, or easy faith over repentance and obedience.

Red Flags – Hard-hearted churches:

  • Leaders act superior or arrogant, making followers feel “less spiritual” if they don’t measure up.

  • Teaching emphasizes intellect, complex doctrine, or human ability more than love, humility, and obedience.

  • Community lacks warmth, encouragement, or genuine fellowship; people are measured up instead of cared for.

Marks of a faithful church:

  • The Word of God is central. Scripture is taught faithfully and clearly as God’s Word (2 Timothy 4:2).

  • The gospel of Jesus Christ is foundational. Christ’s death and resurrection are central to all teaching (1 Corinthians 15:3–4).

  • The people live as a family in Christ. Members show humility, love, and accountability, helping each other grow in holiness (John 13:34–35; Galatians 6:1–2).

  • Discipleship is serious. Believers are trained in obedience, knowledge of Scripture, and practical faith—not just attendance (Matthew 28:19–20).

  • Leaders meet biblical standards. Elders and pastors demonstrate godly character and maturity (1 Timothy 3:1–7; Titus 1:5–9).

  • Baptism and the Lord’s Supper are observed biblically. They are acts of obedience and public declaration of faith, not ways to earn salvation (Matthew 28:19; 1 Corinthians 11:23–26).

Being discerning matters.
A faithful church points you to Christ, not to itself. Avoid any gathering that elevates personality, pride, self-focus, entertainment, or worldly values over Scripture. True Christianity combines pure, uncompromised biblical doctrine with love, humility, and genuine community.

El Dios Que Te Creó La Biblia enseña con claridad que este mundo no es producto del azar ni de la evolución ciega. Detrás de todo lo que ex...