Cómo Dios Une el Amor y la Justicia
Dios no se quedó mirando mientras nos destruíamos. Por amor, ya había preparado un plan de rescate. Pero porque Él es justo, el pecado tenía que ser tratado — no podía ser ignorado.
El lugar donde su amor y su justicia se encuentran perfectamente es la cruz de Jesús (Romanos 3:25–26).
Quién Es Realmente Jesús
Jesús no fue solo un maestro moral o un profeta. Es el Hijo eterno de Dios — no creado, igual a Dios, existente desde siempre (Juan 1:1; Colosenses 1:15–17).
Y aun así, entró en nuestro mundo y tomó forma humana (Juan 1:14). Se hizo completamente hombre, sin dejar de ser completamente Dios. Sintió dolor, enfrentó la tentación, conoció la tristeza… pero nunca pecó (Hebreos 4:15).
Jesús no fue distante ni intocable. Se indignó ante la injusticia, tuvo compasión del que sufría y mostró valentía frente al dolor. No vino solo a dar consejos — vino a rescatar (Marcos 10:45).
Lo Que Sucedió en la Cruz
Cuando Jesús fue a la cruz, no fue un accidente histórico. Él mismo lo eligió (Juan 10:18).
La crucifixión fue brutal, humillante y dolorosa. Pero lo más profundo no fueron los clavos — fue que Jesús cargó con nuestro pecado.
Cada mentira, cada deseo impuro, cada ídolo y cada traición fueron puestos sobre Él, como si Él los hubiera cometido (2 Corintios 5:21). Y entonces, la justicia de Dios — su santa ira y su juicio — cayó sobre Jesús en nuestro lugar (Isaías 53:5–6).
Ese es el significado de la cruz: sustitución. Él tomó el castigo que nosotros jamás podríamos pagar, para que la misericordia pudiera llegar a nosotros sin que la justicia de Dios fuera comprometida.
Jesús murió para que fueras perdonado, limpiado, reconciliado con Dios y recibido como parte de su familia (Efesios 1:7; Colosenses 1:21–22).
La Resurrección
Tres días después, Jesús resucitó — no simbólicamente, ni como un mito, sino de verdad, físicamente. Muchos testigos lo vieron con vida después de su resurrección (1 Corintios 15:3–6).
La resurrección es la prueba de que Cristo es quien dijo ser (Romanos 1:4). Es la prueba de que el pecado y la muerte fueron vencidos (1 Corintios 15:55–57). Es la prueba de que Él vive — y todavía salva a las personas hoy (Hebreos 7:25).
Cómo Debes Responder
Dios no te ofrece un ritual religioso, una solución rápida ni un “boleto al cielo.”
Él te llama a responderle con arrepentimiento y fe (Marcos 1:15).
Estas dos cosas no son opcionales; son dos lados de la misma moneda.
Arrepentimiento
El arrepentimiento no es solo sentir culpa o prometer que lo harás mejor. Es un cambio total de rumbo.
Significa dar la espalda al pecado — decidir apartarte de él completamente, rechazar su dominio y rendir tu vida a Dios (Hechos 3:19).
Es bajarte del trono y decir: “Dios, Tú eres el único Rey.”
El medio arrepentimiento no es arrepentimiento. No puedes aferrarte al pecado y a Cristo al mismo tiempo.
Arrepentirse es cambiar de dirección: del pecado hacia Dios (1 Tesalonicenses 1:9).
Fe
La fe significa confiar por completo en Jesús. No en tus propios esfuerzos, ni en rituales, ni en “ser buena persona.”
Es apoyarte totalmente en Él — creer que su muerte pagó por completo el precio de tu pecado, creer que Dios lo levantó de entre los muertos y descansar en la verdad de su Palabra (Romanos 10:9–10).
Arrepentimiento y fe juntos significan esto: entregar tu vida entera a Jesús como Señor.
No por conveniencia, ni por un arreglo temporal, sino como una rendición completa (Romanos 12:1).
Contar el Costo
Jesús nunca engañó a nadie para que lo siguiera. Nunca prometió un camino fácil. De hecho, dijo lo contrario:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” (Lucas 9:23)
Y también dijo:
“¿Quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?” (Lucas 14:28)
Seguir a Jesús es renunciar al derecho sobre tu propia vida.
Significa rendir tus planes, tus ambiciones, tus comodidades, incluso tu reputación. No se trata de hacerlo a medias, sino de entregarlo todo.
Puede costarte relaciones, oportunidades o aceptación en este mundo. Puedes enfrentar incomprensión, burlas, incluso persecución (2 Timoteo 3:12).
Una vez más: no puedes aferrarte al pecado y a Cristo al mismo tiempo.
Jesús no nos llama a un camino fácil, sino a un camino angosto (Mateo 7:13–14). Pero ese camino lleva a la vida.
El Gozo de Seguir a Jesús
Aquí está el otro lado: Jesús no te llama solo a perder, sino a ganar.
Sí, el costo es real. Pero la recompensa es infinitamente mayor.
Cuando dejas tu vida antigua por Cristo, encuentras la vida verdadera (Mateo 16:25).
Cuando te rindes, descubres libertad (Juan 8:36).
Cuando caminas con Él, experimentas un gozo que el mundo no puede ofrecer (Juan 15:11).
-
Paz con Dios: Ya no hay culpa ni separación. Eres perdonado y adoptado como su hijo (Romanos 5:1).
-
Propósito: Tu vida ahora tiene peso eterno. Cada acto de obediencia y cada paso de fe cuentan para siempre (1 Corintios 15:58).
-
Fuerza en la debilidad: Él te da su Espíritu para habitar en ti, consolarte, fortalecerte y guiarte (Juan 14:16–17).
-
Esperanza más allá de la muerte: La muerte ya no tiene la última palabra. La vida eterna con Él está asegurada (Juan 11:25–26).
-
Gozo en medio del dolor: Aun el sufrimiento tiene sentido, porque te acerca más a Él y forma su carácter en ti (Santiago 1:2–4; Romanos 8:28–29).
Jesús dijo:
“El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo, que un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello, va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.” (Mateo 13:44)
Esa es la imagen: rendirse no es una pérdida, es un gozo, porque lo que ganas en Cristo es infinitamente mayor que lo que dejas atrás (Filipenses 3:7–8).
Una Oración de Respuesta
Las palabras por sí solas no salvan a nadie. Ninguna oración tiene poder mágico para hacerte justo delante de Dios.
La salvación viene solo por medio de Jesucristo — cuando te vuelves a Él con arrepentimiento verdadero y fe sincera.
Si tu corazón está listo para confiar en Él, la oración puede ser una manera de expresar esa rendición, de poner en palabras lo que sucede dentro de ti.
No se trata de una fórmula, sino de honestidad ante Dios. Lo que importa no es la perfección de las palabras, sino la realidad de tu entrega.
Si ese es tu deseo hoy, podrías orar algo así:
“Dios, reconozco que he pecado y he vivido para mí mismo. Me aparto de mi pecado y te entrego mi vida.
Jesús, gracias por morir en mi lugar y resucitar. Confío solo en Ti para salvarme.
Perdóname, límpiame y hazme nuevo.
Desde hoy quiero seguirte como mi Señor.
En el nombre de Jesús, amén.”
Estas palabras no son mágicas. Puedes decirlas de otra manera, o incluso simplemente clamar: “Dios, sálvame.”
Lo importante es que realmente te estés apartando del pecado y confiando únicamente en Jesús.
Si eso es cierto en tu corazón, Él promete perdonarte, limpiarte y darte nueva vida (Romanos 10:9–10; Hechos 3:19; 1 Juan 1:9).
No pongas tu confianza en haber hecho una oración. Ponla en Cristo mismo.
La salvación no es repetir frases, sino comenzar una relación viva con Jesús.
Si has llegado hasta aquí, detente un momento. Respira.
La siguiente página te ayudará a dar tus primeros pasos en esta nueva vida con Él.