El evangelio de Jesucristo: un llamado urgente
La Biblia nos dice que el mundo no existe por accidente.
Dios es único, eterno, todopoderoso, completamente bueno y santo. Él creó los cielos y la tierra. Te creó a ti y me creó a mí, para que le conociéramos y tuviéramos comunión con Él.
Dios es amor perfecto y también es justicia perfecta. Su amor no es un “olvido” del pecado, ni su justicia cancela su amor. Ambas realidades existen en Él al mismo tiempo.
El verdadero problema del ser humano
Fuimos creados para vivir bajo la voluntad de Dios, pero la humanidad decidió apartarse de Él y seguir su propio camino. La Biblia llama a esto pecado.
El pecado no es simplemente “portarse un poco mal” o “tener fallos ocasionales”. Pecar significa vivir a mi manera, ignorando a Dios y usurpando el lugar que le corresponde solo a Él como Señor.
En la vida diaria, el pecado se ve de formas muy concretas, por ejemplo:
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Mentir para quedar bien, salvar la apariencia o conseguir ventaja.
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Hacer trampa en los estudios, falsificar documentos, o piratear contenido pensando “todos lo hacen”.
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Usar palancas, sobornos o favores para obtener lo que no me corresponde.
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Insultar, hablar con desprecio o humillar a otros, ya sea en persona o en redes sociales.
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Poner el dinero, el trabajo, la familia, la pareja o el prestigio en el lugar más alto del corazón, desplazando a Dios. Eso es idolatría.
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Vivir en inmoralidad sexual —sexo fuera del matrimonio, adulterio, pornografía, homosexualidad— como si fuera normal.
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Buscar seguridad o “protección espiritual” en supersticiones, amuletos, limpias, horóscopos, rezos a santos, imágenes de la Virgen, procesiones, veladoras, promesas a figuras religiosas, brujería, cartas o consultar muertos.
Todo esto tiene un mismo trasfondo: yo quiero sentarme en el trono de mi vida y no permitir que Dios gobierne.
El resultado es que el pecado nos separa del Dios santo, nos deja con la conciencia manchada, y nos coloca bajo Su justa ira y juicio.
La Biblia dice:
“La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23)
No solo muerte física, sino una condena eterna apartados de Dios. La Biblia llama a esto infierno: el juicio definitivo del Señor sobre el pecado.
El infierno no es un mito ni un invento medieval. Es una realidad seria y terrible. Pero el mensaje central de la Biblia no es solo “escapar de la condenación”, sino la invitación a reconciliarte con tu Creador.
El amor y la justicia de Dios unidos en la cruz
Dios no se quedó distante. En Su amor prometió enviar un Salvador. Y en Su justicia, el pecado debía recibir su castigo.
Por eso, el Salvador entró en la historia: Jesucristo.
¿Quién es Jesús?
Jesús no fue un simple hombre ni un maestro religioso. Él es el Hijo de Dios, eterno, verdadero Dios hecho hombre.
Hace dos mil años vino al mundo, haciéndose verdaderamente humano.
Vivió sin cometer jamás un solo pecado. Todo lo que dijo e hizo fue plenamente conforme a la voluntad de Dios.
Jesús habló la verdad como los profetas, mostró el corazón de Dios como un mensajero, pero fue mucho más: Dios mismo se hizo hombre para rescatarnos.
¿Qué ocurrió en la cruz?
Jesús fue crucificado. Y esto no fue un accidente ni un fracaso: fue la entrega voluntaria de su vida para salvar a pecadores.
La Biblia enseña que lo que realmente sucedió ese día va mucho más allá del sufrimiento físico.
La cruz fue un intercambio real: Cristo cargó con tus pecados y los míos.
Lo que tú y yo merecíamos —mentir, adulterar, idolatrar, odiar, consultar muertos, practicar brujería, participar en inmoralidad sexual, hablar con soberbia— todo fue puesto sobre Él.
Dios derramó toda Su justa ira contra el pecado sobre su propio Hijo, de manera que Jesús sufrió en tu lugar el castigo que tú debías recibir.
Así, la justicia de Dios quedó satisfecha, y al mismo tiempo su amor se manifestó de la manera más grande.
La resurrección al tercer día
Tres días después, Jesús resucitó de verdad.
Se levantó de entre los muertos y fue visto por muchos testigos.
La resurrección demuestra que lo que Él dijo es cierto: el pecado y la muerte fueron derrotados, y Él vive hoy, con poder para salvar y transformar vidas.
¿Cómo responder a este mensaje?
Dios no te ofrece una religión más ni un ritual nuevo. Te llama a una relación real con Él.
La respuesta adecuada tiene dos caras inseparables:
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Arrepentimiento: no significa solo sentir remordimiento o dejar un par de malos hábitos. Significa dar la vuelta por completo: abandonar todos los pecados conocidos, dejar de vivir para ti mismo y entregarle el control a Dios, reconociendo a Jesús como Señor.
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Fe: confiar solo en Jesús como tu esperanza, creer que murió y resucitó por ti, y entregarle tu vida entera.
Seguir a Cristo no es un trámite barato. Es rendirle todo a Dios.
Una oración de ejemplo (guía, no fórmula)
Es importante entender algo con total claridad: las palabras por sí solas no salvan a nadie.
Repetir frases como si fueran un rezo, una novena o un rosario no sirve de nada.
Lo que salva es un corazón arrepentido y una fe genuina en Jesús.
Aquí tienes un ejemplo de oración:
“Dios, reconozco que he vivido a mi manera y he pecado contra ti. He mentido, he buscado mi propio interés, he puesto otras cosas en el lugar que solo tú mereces. Hoy me aparto de todo pecado conocido y me vuelvo a ti.
Jesús, gracias por morir en mi lugar, por cargar con mi castigo en la cruz y por resucitar al tercer día. Te entrego mi vida completa. Perdóname, recíbeme, hazme tu hijo y lléname de tu Espíritu Santo para obedecerte y seguirte. En tu nombre, amén.”
Si hoy te has vuelto de corazón a Cristo
Ahora eres hijo de Dios, no porque lo merezcas, sino porque Cristo ya lo logró todo por ti. Nada ni nadie podrá separarte de su amor.
Seguir a Jesús en el mundo hispano puede traer burlas, incomprensión de la familia, rechazo de amigos, incluso dificultades en el trabajo.
Quizá tu familia piense que te volviste “protestante” o que estás “traicionando la religión de tus abuelos”.
Pero no estás solo: el mismo Señor está contigo, y te ha dado a su iglesia para acompañarte.
¿Cómo vivir ahora como hijo de Dios?
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Cuando caigas en algún pecado, ve directamente a Dios, confiésale tu pecado y apártate de él.
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Lee la Biblia y ora cada día. Un buen inicio es el Evangelio de Marcos o de Juan.
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Busca una iglesia fiel a la Palabra de Dios. (Evita prácticas contrarias como rezar a santos, confiar en sacramentos, o depender de la religión heredada).
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Recuerda: el bautismo es un paso de obediencia importante, pero el agua en sí misma no salva. Cristo es quien salva.
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No conviertas tu fe en un medio para atraer buena suerte o prosperidad. Ese “evangelio de prosperidad” es un engaño.
Algunos peligros comunes que debes evitar
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Pensar que rezos, penitencias, misas o sacramentos pueden perdonar tus pecados.
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Creer que hay muchos mediadores (María, santos, vírgenes, sacerdotes). La Biblia dice claramente: solo hay uno, Jesucristo.
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Buscar magia, amuletos, supersticiones o prácticas de santería como complemento a la fe.
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Negar la existencia del juicio final o pensar que “al final todos se salvan”.
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Suponer que una oración mecánica o un rito religioso basta para ser salvo.
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Adorar a líderes humanos, pastores famosos o partidos políticos como si fueran tu salvación.
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Pensar que basta con decir “soy católico” o “soy evangélico” por tradición familiar.
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Pretender ser cristiano sin comunidad. La fe crece en la iglesia verdadera, no aislado.
¿Y ahora qué?
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Habla con Dios cada día, cuéntale tus luchas y agradece su gracia.
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Empieza a leer la Biblia, subraya lo que entiendas y ponlo en práctica.
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Busca una congregación que predique la Biblia completa.
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Si tienes pecados concretos que reparar, hazlo: devuelve lo robado, pide perdón a quien ofendiste, rompe relaciones que te llevan al mal.
Recuerda: no estás solo. El mismo Jesús que murió y resucitó está contigo para sostenerte.
Una palabra final de esperanza
Jesús murió por ti y resucitó para darte vida.
Hoy mismo puedes dejar el pecado atrás y confiar en Él completamente.
Donde sea que vivas, sin importar tu cultura o pasado, la marca de un verdadero discípulo es la misma: conocer a Dios, amarle, obedecerle y vivir en santidad por su Espíritu.
No estás solo. El Señor que entregó su vida por ti camina contigo y te lleva hacia la libertad y el gozo eterno.